Práctica 10. La educación en 2050

Práctica 10. Creación de un relato con ChatGPT sobre la educación en 2050

Primer relato

Clase del Futuro

Año 2050. El cielo sobre Ciudad Neurón, una metrópolis tecnológica, brillaba con tonos violeta artificial. En una torre de cristal y acero, la Escuela Global de Consciencia Integrada comenzaba una nueva jornada.

Lía, una adolescente de 15 años, no usaba mochilas ni libros. En lugar de eso, se colocó su diadema neural, un dispositivo delgado que se ajustaba a la base del cráneo. Apenas lo hizo, su entorno se transformó. Aunque aún estaba en su habitación, su conciencia se proyectó en el Aula 7.3, una realidad aumentada donde los estudiantes de todo el mundo asistían juntos, cada uno desde su hogar.

—¡Buenos días, clase! —saludó el holograma del profesor Kiran, una inteligencia artificial con aspecto humano, diseñada con base en los mejores docentes del planeta—. Hoy continuamos con la simulación histórica de la Edad Media, pero esta vez desde dentro. ¿Listos?

Un zumbido de confirmación llenó el aire. Los alumnos activaron sus módulos sensoriales y en segundos, el aula desapareció. Lía se encontró vestida con ropas medievales, caminando por un mercado de la Europa del siglo XIV. Los olores, los sonidos, incluso el suelo bajo sus pies, eran tan reales como en el mundo físico.

—Recuerden —indicó el profesor-Kiran desde una ventana flotante—, su misión es observar las interacciones sociales y económicas sin intervenir directamente. Pero cuidado con la peste...

Lía sonrió. Aprender ya no era memorizar fechas, sino vivirlas. Desde los seis años, los niños se educaban mediante experiencias inmersivas, acompañados por tutores IA que adaptaban el contenido al ritmo y estilo de aprendizaje de cada estudiante. Las antiguas materias se habían fusionado en "Saberes Integrados", donde la historia, la ciencia, la ética y el arte coexistían como un todo conectado.

Tras la simulación, la clase pasó a un laboratorio de física cuántica donde, mediante entornos virtuales, manipulaban partículas y observaban comportamientos imposibles de replicar en laboratorios reales. En cuestión de minutos, los conceptos más abstractos cobraban sentido. Lía construyó un modelo funcional de entrelazamiento cuántico que compartió con sus compañeros para retroalimentación en tiempo real.

—Buen trabajo, Lía —dijo uno de ellos, Kaito, desde Tokio—. ¿Podrías explicar cómo lograste estabilizar los fotones?

La colaboración global era lo habitual. Las aulas físicas habían desaparecido en la mayoría de los países. Los estudiantes eran guiados no solo por sus intereses, sino también por desafíos del mundo real. Algunos resolvían problemas de energía renovable en África, otros diseñaban hábitats en Marte.

Pero no todo era tecnología. Uno de los pilares de la educación en 2050 era el desarrollo de la conciencia y la empatía. Cada día, antes de terminar, los estudiantes se conectaban al “Espacio de Silencio”, una red global sin estímulos visuales ni sonoros, donde practicaban meditación guiada. Allí, aprendían a conocerse, a regular sus emociones y a cultivar la atención plena.

Esa tarde, Lía tuvo una sesión con su tutora humana, la profesora Inés, con quien se encontraba en una pequeña sala virtual decorada como una biblioteca antigua.

—He notado que últimamente prefieres los módulos de exploración filosófica —comentó Inés—. ¿Te gustaría diseñar un proyecto final sobre eso?

—Sí —respondió Lía—. Quiero investigar cómo la ética ha evolucionado en culturas que desarrollaron inteligencia artificial antes que derechos civiles universales.

—Interesante enfoque. Recuerda integrar fuentes humanas. Las IA no pueden reemplazar ciertas experiencias.

Lía asintió. Aunque rodeada de máquinas inteligentes, sabía que su esencia como aprendiz era profundamente humana.

Antes de desconectarse, Lía recibió su informe de progreso. No había notas numéricas. En su lugar, un análisis profundo de su desarrollo cognitivo, emocional, social y ético, acompañado de sugerencias personalizadas.

Al quitarse la diadema, el mundo físico volvió. Su habitación estaba iluminada por luz natural, con plantas y libros de papel: un equilibrio entre lo digital y lo tangible. Su gato, que dormía en la cama, levantó la cabeza y maulló suavemente.

Lía sonrió. La escuela del futuro no era solo tecnología. Era conexión, propósito y humanidad en expansión.

Relato definitivo

 2050: De prisioneros encadenados a la luz del conocimiento

Érase una vez, en el año 2050. El cielo sobre el pueblo costero de Lía no era azul ni gris. Era de un violeta translúcido, como si la atmósfera fuese un manto de pétalos flotantes abiertos por la calma del mundo. No era solo un filtro físico, sino un espejo simbólico del estado emocional colectivo del planeta. Como un lienzo pintado por una humanidad que, tras siglos de ruido y carrera, por fin respiraba al ritmo de su propia conciencia. En ese mundo nuevo, aprender ya no era una obligación, sino un derecho vivido con naturalidad y deseo.

La Escuela Terrenal se alzaba en un claro entre árboles reforestados, rodeada de muros de tierra compactada y techos de cultivo. No tenía aulas cerradas ni horarios estrictos, sino entornos de experiencia: espacios adaptativos donde los alumnos transitaban según sus intereses, estados emocionales y proyectos vitales. Lía, de 15 años, no seguía un temario lineal. Su aprendizaje se articulaba en torno a trayectorias personales definidas por nudos significativos, momentos vitales que conectaban contenidos, habilidades y valores. La tecnología, lejos de imponer ritmos, registraba su evolución de manera continua y amable, sugiriendo sin presionar.

Cada jornada comenzaba con el “círculo de resonancia”: una reunión presencial con su grupo núcleo, donde compartían inquietudes, emociones y acuerdos para el día. La mentora Sira, formada en pedagogía crítica, ecología emocional y neuroeducación, no dictaba instrucciones, sino que abría posibilidades. Esa mañana, Lía propuso investigar cómo el lenguaje moldea las decisiones comunitarias, partiendo de una tensión reciente en el huerto solar autogestionado. La propuesta fue aceptada por sus compañeros, que asumían el reto no como una tarea escolar, sino como una exploración colectiva con sentido.

El proyecto se desarrollaría a través de metodologías combinadas: diálogo socrático, visualización inmersiva de contextos históricos similares y codiseño de una instalación expresiva con plantas sonoras y narrativas proyectadas. A través de estos enfoques, Lía integraba pensamiento crítico, expresión artística, tecnología sensible y acción ciudadana. Cada herramienta digital —desde las lentes de realidad aumentada hasta los entornos de simulación social— estaba al servicio de lo humano, nunca al revés. Todo el sistema se articulaba en torno a un principio rector de la Carta Mundial del Derecho a Aprender: “Nada que no pase por el corazón merece llamarse conocimiento.”

Las relaciones humanas eran el eje invisible del aprendizaje. En el patio circular, Lía compartía silencios, ideas y fruta con sus compañeros, mientras una IA ambiental modulaba la temperatura, el sonido y la luz para favorecer la conexión entre cuerpos presentes. No existía la figura del “alumno solitario”: cada estudiante era parte de al menos tres comunidades de afecto y pensamiento, tanto locales como internacionales. La escuela había recuperado su papel de agente socializador, no desde la disciplina, sino desde el cuidado mutuo. Aprender a convivir era tan importante como resolver un problema matemático o crear una pieza sonora.

Una de las consecuencias más transformadoras del nuevo sistema fue la redefinición de la ciudadanía. La educación no solo preparaba para el trabajo o el saber, sino para habitar el mundo de manera ética, sensible y activa. Lía y sus compañeros participaban en consejos mixtos con adultos, donde tenían voz real en decisiones locales. Esta práctica cotidiana les ofrecía algo que en el siglo anterior escaseaba: la experiencia directa de que sus ideas eran necesarias. Ya no esperaban cumplir 18 años para ejercer su ciudadanía. La estaban ejerciendo mientras aprendían.

Por la tarde, en la Asamblea del Crepúsculo, Lía presentó los primeros hallazgos de su proyecto en su documento vital de aprendizaje: una pieza viva donde se narraba lo aprendido, sentido y construido, sin evaluaciones numéricas ni juicios externos. Sus compañeros ofrecieron retroalimentación afectiva, mientras Sira anotaba observaciones éticas y relacionales, no técnicas. Antes de despedirse, el cielo comenzaba a oscurecer con lentitud, como si también él quisiera quedarse un poco más.

Lía alzó la vista. Aquel violeta en el cielo seguía allí, brillante y sereno. En ese color, reconocía el reflejo de su mundo: un lugar donde aprender no era correr tras una meta, sino detenerse a mirar, tocar y transformar. Había dejado de estudiar para un futuro. Estaba aprendiendo para habitar el presente.

Durante mucho tiempo, la educación fue como la caverna de Platón: los estudiantes, encadenados a pupitres, observaban sombras proyectadas por sistemas rígidos que les decían qué era el saber, qué era el éxito, qué era la verdad. No podían moverse, apenas preguntar. Repetían las formas de otros, sin ver nunca la luz. Hoy, en 2050, esa caverna ha quedado atrás. Como aquel prisionero que logra liberarse y sale a la superficie, la humanidad ha girado el rostro hacia el sol del conocimiento vivo. La escuela ya no proyecta sombras, sino que abre ventanas. No forma obedientes espectadores, sino caminantes conscientes que buscan, sienten y transforman. El aula del futuro no está hecha de muros, sino de horizontes.

Preguntas

A. ¿ Conoces la herramienta Chat GPT? ¿Qué opinas del uso de la IA en Educación?

Mi primera noticia de la existencia de Chat GPT fue en mayo de 2023, cuando estaba finalizando el tercer curso del grado en Filología Hispánica en la Universidad de Almería. Sé que existe desde noviembre de 2022, pero yo no supe de la herramienta hasta que un compañero de clase me mostró cómo iba a realizar un trabajo realmente extenso que teníamos que entregar para una asignatura (a mí me ocupó más de 200 páginas). Yo en aquel momento no hice uso de la IA ni de manera responsable para que me redujera la carga de trabajo (seguramente Chat GPT me podría haber bocetado un esquema o planificación sobre el contenido que quería abordar y sobre cómo ordenarlo, pero yo no sabía usar la herramienta) ni de forma incorrecta (tampoco estaba por la labor de no realizar yo la tarea y que la IA me escribiera la disertación sin siquiera revisarla).  Tras mi paso por esta asignatura y, sobre todo, después de este experimento de creación literaria, considero que Chat GPT y el resto de herramientas producto de la IA forman parte de nuestra manera de vivir y del futuro laboral en el que va a tener que mostrar su desempeño nuestro alumnado, por lo que resulta imprescindible educar sobre cómo se usa correctamente la Inteligencia Artificial para que facilite y agilice las tareas y como recurso para afrontar los retos del siglo XXI. 

B. ¿Ha sido difícil su uso?

Realmente el uso de esta herramienta no es complicado. Lo más complejo es saber qué indicaciones o prompts proporcionarle a la IA para que se ajuste a la idea del relato que queremos hacer. En ocasiones, Chat GPT presenta lagunas o alucinaciones, por eso no ha seguido exactamente las pautas que le he marcado. Sin embargo, cuando he sido más precisa y he detallado lo que quería con más profundidad, su respuesta ha cumplido bastante mis expectativas en el segundo o en el tercer intento. Esto me ha ocurrido, por ejemplo, con el título: ha sido necesario proporcionarle palabras clave e insistir en mi petición varias veces para que Chat GPT comprendiera el tipo de título que yo quería para este relato, ya que en ocasiones olvidaba que el título debe reflejar el tema principal del relato: la educación. También respecto al contenido,  unas veces me obedecía y añadía los cambios que le exigía, pero luego cuando le pedía otra nueva modificación, olvidaba las anteriores (por ejemplo, le tuve que reiterar que conservara la descripción el cielo). En lo que concierne a los aspecto formales, ha cumplido con creces el objetivo: ha entendido la disposición que quería para los párrafos en seguida. 

C. ¿El relato que has obtenido es similar al que tú hubieras escrito? 

Personalmente, creo que si hubiera creado el relato sin IA, habría partido de ideas distintas para abordar el tema de la educación en 2050. Sin embargo, a medida que le he ido proporcionando nuevos prompts a Chat GPT he sentido que el relato se iba pareciendo paulatinamente bastante más al que yo hubiera escrito, ya que he ido introduciendo ideas propias como la de comparar el sistema educativo de hace cincuenta años y  el ficticio que se plantea para 2050 en el relato con la alegoría de la caverna de Platón. Además, la experiencia me ha resultado enriquecedora puesto he terminado incluyendo aspectos en el relato que a mí solo jamás se me habrían ocurrido y que me parecían bastante pertinentes para tratar el tema como que se plantee que con el avance de la tecnología y con el paso del tiempo la obsesión de la humanidad con la productividad (llega un punto en que no basta con existir, hay que producir: se promueve que los seres humanos seamos productivos en cada momento del día y que todo lo hagamos por y para alcanzar un fin que no sea el ocio, el descanso o simplemente para ser felices y cuidar nuestra salud mental ) y la eficiencia llegará a límites estratosféricos. 

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