Práctica 10. La educación en 2050
El
prompt inicial para la creación del relato ha sido el siguiente: “¿Puedes crear un relato sobre cómo
será la educación en el año 2050?", del que ha derivado el relato original:
Aula 2050
Era una mañana
templada de otoño en la Ciudad Autónoma de Aprendizaje Global (CAAG), una urbe
construida alrededor de centros educativos. Emma, una estudiante de 14 años,
despertó cuando su habitación suavemente comenzó a simular el amanecer gracias
a su asistente ambiental inteligente. Hoy tenía una clase importante sobre
historia planetaria interactiva, y no quería llegar tarde, aunque “llegar” ya
no significaba lo mismo que antes.
Con un parpadeo,
activó su lente neuroóptico, que proyectó su entorno de aprendizaje
directamente en su campo visual. Una interfaz flotante le mostró su horario,
indicadores emocionales (nivel de atención, ansiedad, motivación) y sugerencias
personalizadas para comenzar el día. Su tutor virtual, Ada, una inteligencia
artificial con la voz calmada de una bibliotecaria del siglo XX, la saludó:
—Buenos días, Emma.
Hoy viajaremos al siglo XXI para entender la transición entre los modelos
educativos clásicos y los sistemas de aprendizaje adaptativo. ¿Estás lista?
Emma asintió, y en
segundos su conciencia fue transportada a un entorno simulado: una escuela
tradicional de 2024. Podía ver las aulas físicas, los escritorios en fila, los
maestros escribiendo en pizarras. La experiencia era inmersiva. Podía caminar,
interactuar con avatares históricos, y sentir lo que era aprender con métodos
no personalizados.
Después del
recorrido, Ada la llevó de vuelta al presente. Emma reflexionó sobre las
diferencias. En su tiempo, el aprendizaje ya no estaba limitado por edad,
ubicación o materias impuestas. Cada estudiante tenía una trayectoria única,
diseñada en tiempo real por algoritmos éticos que equilibraban desafíos
cognitivos con bienestar emocional.
En lugar de exámenes
estandarizados, el sistema usaba evaluaciones continuas basadas en proyectos
reales. Emma, por ejemplo, estaba colaborando con estudiantes de tres
continentes para diseñar un sistema de reciclaje que utilizara bacterias
modificadas genéticamente. Todo el proceso era monitoreado y retroalimentado
por una red de mentores humanos y digitales.
Al finalizar el día,
Emma cerró su sesión y miró por la ventana. Aunque el aprendizaje ahora sucedía
en entornos virtuales, los lazos humanos no se habían perdido. Aún se reunía
con amigos en centros de experiencia sensorial, donde construían juntos y jugaban
como siempre lo habían hecho los niños, solo que ahora también podían programar
universos y comunicarse sin palabras.
La educación en 2050
no era perfecta, pero había aprendido de sus errores. Ya no enseñaba solo para
producir trabajadores, sino para formar ciudadanos del cosmos: curiosos,
conscientes y conectados con todo lo que vive.
Me
ha gustado la gran carga de futurismo, pero era una visión un tanto romántica y
prefería que se ambientara en un contexto distópico, por lo que el segundo prompt
ha sido el siguiente: “Me gusta, pero ¿podrías ubicar la historia en un futuro
distópico?” Ante dicha petición, el Chat ha cambiado la perspectiva del relato en
la que la educación ha sido transformada por el control, la vigilancia y una
falsa promesa de progreso.
Aunque
me ha gustado más ese enfoque distópico, es cierto que la nueva versión mantenía
la misma expresión que en el relato original, no tan literaria o poética como
me gustaría, sino, más bien, meramente descriptiva, por lo que mi tercer prompt
ha sido el siguiente: “¿Puedes dotar el relato de una mayor carga de
literariedad?”. El relato se ha vuelto mucho más literario, con expresiones muy
poetizadas y un estilo más cuidado, por lo que la forma de plasmar la distopía
se ha vuelto mucho más dramática e impactante.
En
cuanto al cuarto prompt, sentía que era necesario profundizar un poco más en la
experiencia interna que estaba viviendo Emma, la protagonista, que había
comenzado a despertar de las cadenas impuestas por ese control en el que se
había convertido la educación. Quería que nos adentrásemos un poco más en su
mente, por lo que le he pedido lo siguiente al Chat: “¿Puedes desarrollar mejor
lo que está sintiendo Emma?”. Ante esto, me ha desarrollado más profundamente
el mundo interior de Emma, enfocándose en sus emociones, dudas y sensaciones en
ese momento liminal entre el control y la conciencia.
Por
último, quería dotar al relato de la sensación de que este no recoge más que el
inicio de una gran rebelión en medio de ese mundo distópico en el que la
educación es deshumanizada y utilizada para el control, por lo que el quinto prompt
ha sido el siguiente: “¿Puedes añadir un final en el que se entienda que es el
comienzo de una rebelión?”.
El
resultado final del relato ha sido este:
Clase Cero
La llaman Emma,
aunque su nombre verdadero —el que alguna vez vibró en la garganta temblorosa
de su madre— fue borrado, reciclado, comprimido en un archivo muerto en algún
servidor del Ministerio de Orden Intelectual. Hoy es E-74-N, unidad funcional,
estudiante del sistema.
Cada amanecer
artificial la despierta con la misma canción sin melodía: un zumbido eléctrico
que la enciende por dentro, como si su mente fuese una terminal que espera
comandos. No hay cama. No hay casa. Solo su módulo, blanco, estéril, dócil. Su
cuerpo, delgado como un pensamiento, se mueve sin preguntas: se sienta,
conecta, recibe.
Y sin embargo, esa
mañana… algo falla. O más bien: algo vibra.
Durante la lección
de Historia Adaptada —un desfile de imágenes sin profundidad, palabras neutras
como cápsulas vacías— ocurre lo imposible: un destello. Breve, pero luminoso.
Como una chispa en una máquina demasiado seca. Emma parpadea. No físicamente, sino
en su mente. Una pausa. Un pliegue.
Y lo ve.
Una mujer. Una mano
con tiza. Un pizarrón. Sol atravesando un cristal polvoriento. Voces de niños.
No bytes. Risas. Reales.
Emma se lleva una
mano al pecho. No por protocolo. Por impulso. Siente.
Y se asusta.
No por el recuerdo,
que no comprende, sino por el temblor dentro de ella.
Una corriente sutil.
Cálida. Una duda.
Una pregunta sin
forma.
—¿Qué es esto?
—piensa.
Y entonces ocurre
algo más extraño aún: la pregunta no se borra. No es interceptada. No es
corregida. Está ahí. Palpitando. Viva. Como una gota de sangre fresca sobre una
superficie estéril.
Siente miedo. Un
miedo profundo, que no viene de la Red, ni del castigo, ni del ajuste que
probablemente ya esté programado. Es otro tipo de miedo. El miedo del que toca
por primera vez su propia alma.
Y en ese mismo
instante, otro sentimiento crece, callado, como una raíz quebrando concreto:
nostalgia.
Aunque no recuerda
por qué, extraña algo.
Un lugar. Una voz.
Una caricia en el cabello.
Un mundo donde el
aprendizaje dolía, sí, pero también deslumbraba.
Sus manos tiemblan,
aunque no deberían. El cuerpo entrenado para la neutralidad emocional responde
como si algo lo despertara desde un rincón olvidado. Un animal dormido. Un
nombre que nadie ha dicho en años.
Emma. No E-74-N.
Emma.
En el núcleo de su
implante, las alarmas comienzan a parpadear. “Desviación detectada.”
Pero ya es tarde.
No quiere volver. No
quiere obedecer. No quiere olvidar.
Desconecta.
No por orden. No por
error. Por elección.
El silencio es
brutal. Desnudo. Sagrado.
Por primera vez,
está sola consigo misma.
No hay voz del
sistema.
No hay lección.
No hay control.
Y entonces, lo
siente de verdad. En lo más hondo de su ser:
una tristeza
antigua, y junto a ella, una esperanza diminuta.
Como si algo —una
especie extinta, un libro quemado, una niña perdida— hubiera sobrevivido dentro
de ella.
Pero el silencio no
dura.
Tras varios minutos,
o tal vez horas —el tiempo ha dejado de ser numérico—, una vibración tenue
cruza su implante desconectado. Un susurro no oficial. Un eco que no pertenece
a la Red.
—E-12-F ha salido.
—Unidad D-89-K ha
recordado.
—¿Eres Emma?
Emma abre los ojos.
No sabía que los había cerrado.
El mensaje no tiene
firma.
Solo un símbolo
antiguo:
📖
Ella sonríe.
No sabe cómo, pero
alguien —algunos— también están despertando.
Ya no está sola.
No son miles. Ni
cientos.
Pero ya no son cero.
Y en una ciudad sin
sombra,
donde la palabra ha
sido domesticada y el pensamiento reglamentado,
alguien, en algún
lugar,
está leyendo en voz
baja.
Y eso, por ahora,
basta.
A. ¿Conoces
la herramientas de ChatGPT? ¿Qué opinas del uso de la IA en Educación? Pregunta
absurda... pero es la que planteamos en enero de 2023...
Sí
la conozco y creo que puede ser muy útil tanto para el profesorado como para el
alumnado. Es posible emplear esta herramienta de manera creativa y con
finalidades que enriquecen enormemente tanto la labor docente a partir de la
creación de materiales con fines didácticos como el aprendizaje del alumnado.
Además, creo que puede ser muy útil educar al alumnado en el buen uso de herramientas
como esta que están a la orden del día.
B. ¿Ha
sido difícil su uso? Comenta si te ha ayudado o te ha dificultado el trabajo.
Lo
cierto es yo soy muy creativa y prefiero escribir yo el relato, sin importar si
el resultado es mejor o peor que el que puede resultar con ayuda del Chat. Me
gusta la idea de que nazca de mí en su totalidad, como resultado de mi yo.
Me es muy difícil crear un relato con ChatGPT y no estar pensando
constantemente que yo hubiera hecho esto o lo otro de una manera diferente.
C. El
relato que has obtenido ¿es similar al que tú hubieras escrito?
Creo
que no, pero no me ha disgustado el resultado final. Mi mente imaginaba algo completamente
diferente.
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