Práctica 10. La educación en 2050. ChatGPT
Práctica
10. La Educación en 2050. ChatGPT
Alba
Riquelme Llamas
CREAR
UN RELATO SOBRE LA EDUCACIÓN EN 2050 CON CHATGPT. SE CREA UN RELATO ORIGINAL Y
POSTERIORMENTE SE VA MEJORANDO A TRAVÉS DE DISTINTAS PREGUNTAS Y SUGERENCIAS.
El
primer prompt para un relato sobre cómo será la educación en 2050 ha
sido “Buenos días, ¿puedes elaborar un relato sobre cómo será la educación en
2050?”. El resultado ha sido el siguiente:
Título:
Aula 2050: El Futuro de la Educación
Era
lunes por la mañana y Elías se despertó con la suave vibración de su neuroasistente,
un dispositivo implantado en la base de su cráneo que lo mantenía conectado con
su entorno educativo. No necesitaba alarmas ruidosas ni relojes: su agenda
cerebral ya le había preparado mentalmente para el día.
Mientras
se vestía, repasó mentalmente los temas del día. Hoy tenía una clase de
historia inmersiva sobre el Renacimiento, una sesión de resolución de
conflictos con estudiantes de diferentes partes del mundo, y un entrenamiento
emocional asistido por IA diseñado para fortalecer su inteligencia
emocional.
Al
bajar a la cocina, su madre le preguntó si prefería tomar la clase desde casa o
asistir al campus. Aunque la educación en 2050 era mayoritariamente híbrida y
personalizada, muchos jóvenes todavía preferían reunirse presencialmente para
las sesiones de colaboración. Elías decidió ir al campus: había algo especial
en ver a sus amigos en persona, incluso si las aulas ya no eran como las de sus
abuelos.
Al
llegar, un escáner ocular lo identificó de inmediato, ajustando la iluminación,
la temperatura y la disposición del aula a sus preferencias cognitivas. No
había escritorios rígidos ni pizarras; el espacio se adaptaba como un organismo
vivo. Proyecciones holográficas surgían desde el suelo al techo, creando
entornos de aprendizaje envolventes.
La
clase de historia comenzó y, en lugar de leer sobre Miguel Ángel, Elías fue
Miguel Ángel. Gracias a una simulación multisensorial, caminó por la Florencia
del siglo XVI, conversó con Leonardo da Vinci y sintió la textura del mármol
bajo sus dedos mientras esculpía el David.
Después
de la clase, tuvo una sesión con su mentor digital, una inteligencia artificial
llamada Lira. Ella analizaba su progreso diario, ajustaba sus rutas de
aprendizaje y le proponía desafíos basados en sus intereses y estado emocional.
Más que una tutora, Lira era una guía adaptativa que conocía a Elías mejor que
él mismo.
Por
la tarde, Elías participó en una misión de aprendizaje colaborativo junto a
estudiantes de Japón, Ghana y Chile. Usando traductores neuronales en tiempo
real, trabajaron juntos para resolver una crisis hídrica simulada en el
desierto del Sahara, combinando conocimientos de ingeniería, biología y ética.
Antes
de dormir, Elías reflexionó sobre su día. La educación ya no era una carga ni
un deber, sino una exploración constante del mundo, diseñada para desarrollar
no solo sus conocimientos, sino su humanidad. Sabía que su generación estaba
aprendiendo no para encajar en un sistema, sino para construir uno mejor.
El
resultado es más bien una descripción de un niño que va a la escuela para
socializar y vivir aventuras, creo que es bastante utópico, no creo realmente
que la educación en 2050 sea así… El siguiente prompt fue el siguiente: “Quiero
que la protagonista sea femenina, se podría llamar Atenea, nombre que infunde
valentía y fuerza. Además, quiero que esté narrado en primera persona para que cualquiera
que lo lea se sienta identificado o identificada”. De nuevo, aunque estuviera
narrado en primera persona y parecía más personal, prevalecía la descripción
sobre el testimonio personal de la protagonista. El resultado fue el siguiente:
Título:
"Soy Atenea: Diario de una estudiante en el 2050"
Me
llamo Atenea. Hoy es lunes, año 2050, y como cada mañana, mi neuroasistente
me despertó con una suave pulsación detrás del oído. No hizo falta que abriera
los ojos para saber qué día era: en cuanto mi cerebro salió del sueño, ya
estaba recibiendo un resumen mental de mi agenda educativa.
Antes
solía parecer ciencia ficción, pero para mí es normal: aprender ya no es algo
que ocurre solo en una escuela. Ocurre en mí, conmigo, para mí.
Después
de vestirme, bajé a desayunar. Mamá me preguntó si hoy asistiría al campus o si
prefería tomar las clases en casa. Aunque puedo aprender desde cualquier lugar
—hasta desde un bosque, si quiero—, hay algo en el contacto humano que las
pantallas no pueden replicar. Así que le dije que iría.
Tomé
mi aeropatineta y en menos de diez minutos llegué al centro educativo. Una vez
allí, un escáner me reconoció y ajustó todo a mi perfil: la temperatura, el
nivel de luz, incluso los aromas que ayudan a mi concentración (olor a madera y
hierba mojada, por si tienes curiosidad).
Mi
primera clase fue de Historia Sensorial. No solo la vi, sino que la viví.
Gracias a una simulación inmersiva, caminé por las calles de Atenas en el siglo
V a.C. —sí, igual que mi nombre— y escuché a mujeres filosofar en un espacio
alternativo donde la historia también les había dado voz. Sentí el polvo en los
pies, el sol en la cara, la fuerza de sus palabras en mi pecho.
Después,
mi mentora digital, Alia, me ofreció algunos retos de pensamiento crítico:
analizar discursos, resolver dilemas éticos, construir argumentos con
estudiantes de lugares tan distintos como Kenia, Japón y Groenlandia. Las
traducciones neuronales nos permitieron compartir ideas con fluidez, pero
nuestras emociones eran universales. Nos reímos, dudamos, y hasta nos
frustramos juntos. Eso también es aprender.
En
la tarde, tuve una sesión de autorregulación emocional. En mi época, entrenamos
la mente tanto como el cuerpo. Aprendemos a reconocernos por dentro: nuestras
sombras, nuestras luces, nuestra resiliencia. No solo memorizamos; nos
fortalecemos.
Hoy,
mientras regresaba a casa, pensaba en lo lejos que hemos llegado. Mis abuelos
aprendían en aulas con sillas en fila y pizarras verdes. Mi madre estudió
viendo videos en una tablet. Yo aprendo caminando dentro de la historia,
hablando con inteligencias artificiales conscientes de mis emociones, y
conectando con mentes humanas de todo el mundo.
Me
llamo Atenea. Nací en una era donde aprender es un derecho, una aventura, y un
acto de valentía. No estudio para pasar exámenes. Estudio para cambiar el
mundo.
Y
lo haré.
El
siguiente prompt fue “Quiero que prevalezca un tono más íntimo y
reflexivo en el relato, sobre todo por parte de nuestra protagonista”:
"Soy
Atenea"
Me
llamo Atenea.
Y
aunque mi nombre suene a mito antiguo, a fuerza y sabiduría talladas en piedra,
yo sigo aprendiendo, sigo buscando. Hoy es lunes, año 2050. Afuera, la ciudad
aún duerme bajo una niebla suave que parece flotar entre los árboles solares.
Adentro, en mi mente, ya se despierta el mundo.
Mi
neuroasistente me ha traído lentamente a la conciencia, como si alguien
susurrara mi nombre desde un lugar muy lejano, con cariño. No hay alarmas. No
hay prisa. Solo esa sensación de que algo nuevo me espera.
A
veces me pregunto cómo era antes. Cómo se aprendía cuando el saber venía
empaquetado en libros pesados y palabras ajenas, cuando las preguntas no
siempre tenían espacio, cuando la emoción no era parte del proceso.
Hoy,
en cambio, todo parte de lo que siento. De quién soy.
Mi
primera clase no fue una clase en el sentido clásico. Fue un viaje. Historia
Inmersiva: hoy tocó caminar por el Renacimiento, pero no desde los grandes
nombres, sino desde las mujeres que tejían, que escribían en secreto, que
pensaban aunque nadie las escuchara. Caminé con ellas. Escuché sus voces, las
que casi se borraron del tiempo. Me miraron a los ojos. Me hablaron.
A
veces me conmuevo sin querer, y eso también es parte del aprendizaje. Ya no se
espera que seamos máquinas que repiten, sino seres que sienten.
Mi
mentora digital, Lira, me conoce como si hubiera leído todos mis pensamientos
desde que tengo memoria. No me da órdenes. Me pregunta. Me sugiere. Me ayuda a
entender mis propios caminos. Hoy me propuso un ejercicio: ¿Qué significa
"progresar" en un mundo donde ya lo tenemos casi todo? Me quedé en
silencio. Respiré hondo. No lo sé todavía, pero creo que tiene que ver con
aprender a cuidarnos. A no olvidar.
Después
de clases, me reuní con otras estudiantes de lugares lejanos. No nos une una
lengua, ni una cultura, ni una historia compartida. Nos une el deseo. El deseo
de saber, de imaginar, de construir algo más justo. Es extraño cómo puedes
sentir cercanía con alguien que nunca has tocado.
Pero
así funciona el aprendizaje ahora: desde el corazón hacia afuera.
Me
gusta caminar descalza por la tarde. El suelo del centro educativo se adapta a
mi temperatura corporal, se siente como tierra tibia. Me hace bien. Me recuerda
que, a pesar de tanta tecnología, sigo siendo humana. Y eso es algo que no
quiero perder. Ni yo, ni nadie.
A
veces me siento abrumada. Con tanto saber, tanta posibilidad… ¿y si me pierdo?
¿y si no soy suficiente? Pero entonces pienso en algo que me dijo una profesora
una vez:
“Aprender no es tener todas las respuestas, Atenea. Es tener el coraje de
hacer las preguntas correctas”.
Y
eso intento.
Todos
los días.
Me
llamo Atenea. Y este es mi tiempo.
Aprendo
para recordarme quién soy.
Y
para no olvidar nunca quiénes podríamos ser.
Este
resultado es mucho mejor, pero me interesaba que cuando hablaba de “mujeres que
tejían”, hablara sobre Penélope, por eso el prompt siguiente fue “Cuando
pones ‘mujeres que tejían’, puedes hacer que Atenea hable y reflexione sobre
Penélope y su papel en la obra de Homero la ‘Odisea’”:
"Soy
Atenea" (fragmento revisado)
Mi
primera clase no fue una clase en el sentido clásico. Fue un viaje. Historia
Inmersiva: hoy tocó caminar por el Renacimiento, pero no desde los grandes
nombres, sino desde las mujeres que tejían, que escribían en secreto, que
pensaban aunque nadie las escuchara.
Y
mientras caminaba entre sus historias invisibles, no pude evitar pensar en Penélope.
Sí,
esa Penélope.
La
de Homero.
La
que tejía de día y destejía de noche.
Cuando
era más pequeña, me contaron su historia como la de una mujer fiel, paciente,
que esperaba a su marido durante veinte años.Pero hoy, con ojos más abiertos,
me pregunto si no fue mucho más que eso.
¿Y
si Penélope no tejía solo para engañar a los pretendientes?
¿Y
si tejer era su forma de resistir?
¿Y
si cada hilo era una palabra no dicha, una rabia contenida, una promesa de
libertad?
Tal
vez Penélope también aprendía. A su modo. En silencio, en la sombra.
Tal
vez su telar era su aula.
Y
su espera, un acto de rebeldía.
Pensar
en ella me hizo querer llorar un poco. No de tristeza, sino de conexión.
Porque, aunque han pasado siglos y yo aprendo con hologramas, simulaciones y
mentoras digitales, siento que esa necesidad de hacer algo con las manos, de
dejar huella en el tiempo, sigue viva.
Sigue
en mí.
A
veces me siento parte de un hilo muy largo. Uno que viene desde las primeras
mujeres que imaginaron algo distinto. Desde las que tejían en secreto, las que
escribían en márgenes, las que soñaban cuando soñar era un acto peligroso.
Y
si ellas pudieron, ¿cómo no voy a poder yo?
El
resultado es bastante bueno, pero ahora le pediré a ChatGPT que lo retoque para
que sea más literario, que añada recursos literarios para que el que lea el
relato se sumerja en él, que sea sinestésico, el prompt es el siguiente:
“Me encantan las reflexiones en un tono más reflexivo y confesional que has
hecho, ¿puedes introducir algunos recursos literarios para que el relato tenga
una apariencia más literaria? En especial quiero que sea también sinestésico
para la persona que lo lea sea capaz de sumergirse, que sea un relato
envolvente”.
"Soy
Atenea"
Me
llamo Atenea.
Y
aunque llevo el nombre de una diosa guerrera, no nací para la guerra. Nací para
aprender. Para preguntarme cosas que no tienen respuestas simples. Para
escuchar lo que no siempre se dice en voz alta.
Hoy
es lunes, año 2050.
El
amanecer se filtra por los ventanales como una brisa de luz ámbar que acaricia
el suelo con dedos tímidos. Aún no he abierto los ojos, pero ya puedo sentir
cómo el mundo me llama, con ese murmullo leve que tiene el conocimiento cuando
se insinúa, pero no se impone.
Mi
neuroasistente me despierta con una vibración tan suave que más parece
un recuerdo que un estímulo. Todo en esta época ocurre con un cuidado que a
veces duele: la tecnología nos rodea como un susurro en la piel, no como un
grito en el oído.
No
hay prisa.
Solo
la expectativa tibia de un día por estrenar.
Desayuno
con los aromas flotando como notas sueltas: pan de avena recién horneado, la
canela que mi madre sigue usando aunque ya nadie la mida, el sonido líquido del
té cayendo en la taza de cerámica azul. Todo eso también es aprendizaje, aunque
ningún sistema lo evalúe.
Decido
ir al campus.
Me
gusta caminar entre los jardines inteligentes, donde las flores se abren al
ritmo de los pensamientos. El suelo bajo mis pies se adapta a mis pasos y, a
veces, cuando cierro los ojos, juro que siento que late. Como si la tierra
también estuviera viva, aprendiendo con nosotras.
La
primera clase es Historia Inmersiva.
Hoy
no estudiamos el Renacimiento desde los nombres colosales, sino desde las
mujeres que tejían. Las que hablaban bajito, las que escribían entre costuras,
las que pensaban en voz baja para no ser oídas. Y fue entonces, caminando entre
los ecos de esas vidas pequeñas pero poderosas, que pensé en Penélope.
Sí,
la esposa del Odiseo errante.
De
niña me la contaron como una figura dócil: la que espera, la que teje, la que
obedece el ritmo del relato masculino. Pero hoy, en esta aula que huele a tela
antigua y a mar lejano, la veo distinta.
Penélope
no tejía por amor. Tejía para resistir.
Cada
hilo era un grito contenido, una estrategia silenciosa, una manera de escribir
su historia sin tinta ni papel.
Yo
la sentí.
Olía
a lana mojada, a madera pulida, a noches largas sin luna.
Sentí
el crujido del telar en mi pecho, como si algo dentro de mí también estuviera
urdiendo algo con desesperación y delicadeza.
Quizás
todas las mujeres que aprendemos en este tiempo venimos de ella.
De
las que se esconden para sobrevivir.
De
las que fingen obedecer mientras traman su libertad en la sombra.
Después,
Lira —mi mentora digital— me propuso una pregunta que me quedó resonando
como
un eco húmedo:
¿Qué
significa progresar cuando ya lo tenemos todo?
Me
quedé en silencio.
Miré
mis manos.
Tocarlas
fue como tocar algo que aún no comprendo del todo.
Progresar,
tal vez, no es ir hacia adelante. Es volver hacia dentro. Volver al origen.
Tejer lo que fuimos con lo que queremos ser.
Más
tarde compartí este pensamiento con un grupo de estudiantes de otros países. No
necesitábamos hablar el mismo idioma: los traductores neuronales se encargaban
de eso. Pero lo que compartimos no fue una conversación. Fue una emoción
extendida, casi como una canción que todas supimos tararear sin conocerla.
Nos
reímos. Nos miramos a través de pantallas sin borde. Y por un instante, sentí
que algo nos abrazaba a todas. Algo suave, antiguo, invisible.
Ahora
escribo esto mientras el cielo se tiñe de violeta y oro. El aire sabe a menta
fresca y hojas secas. Y dentro de mí hay un murmullo que no se apaga.
Me
llamo Atenea.
No
tengo armadura ni escudo, pero tengo preguntas.
Tengo
este cuerpo que aún tiembla cuando algo lo conmueve.
Tengo
estas manos, y la memoria de todas las que tejieron antes que yo.
Y
aprendo.
Aprendo
para no olvidar.
Aprendo
para recordarles al mundo que, a veces, la revolución empieza en silencio.
Y
con hilo.
PREGUNTAS
DE REFLEXIÓN FINAL
A. ¿Conoces
la herramienta de ChatGPT? ¿Qué opinas del uso de la IA en Educación? Pregunta
absurda... pero es la que planteamos en enero de 2023...
Sí,
ya conocía la herramienta de ChatGPT, pues su uso está extendido, no solo en el
ámbito educativo, sino también en el social y personal. Además, en nuestras
clases hemos reflexionado casi diariamente sobre sus diferentes usos en las
aulas de Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Sin duda, en educación ChatGPT
puede utilizarse, pero con fines educativos y para fomentar el pensamiento
crítico en las alumnas y los alumnos, ya que deben saber que no todo lo que
dice la IA es cierto. Con lo cual, ChatGPT debe ser solo una herramienta que
asiste al profesorado y al alumnado en el proceso de enseñanza-aprendizaje,
pero no debe nunca de ser el medio principal, porque puede coartar el conocimiento
crítico y creativo de nuestro alumnado.
B. ¿Ha
sido difícil su uso? Comenta si te ha ayudado o te ha dificultado el trabajo.
Utilizar
ChatGPT no es para nada difícil, más bien es fácil, aunque debes de especificar
muy bien qué es lo que quieres que haga, cómo, en qué contexto… Por lo tanto,
los prompts han de ser claros y concisos.
C. El
relato que has obtenido ¿es similar al que tú hubieras escrito?
Puede
ser, me ha gustado el giro final con respecto a la mujer y a Penélope, creo que
las reflexiones de la protagonista en ese tono intimista se cumplen bastante
bien. En definitiva, ChatGPT ha seguido mis instrucciones y creo que el
resultado es bueno.
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